Donde los sonidos brotaban como flores,
ella era atrapada por esa fuerte fragancia de pinos y de fresias
que penetraba sus sentidos,
y la transportaba a un bosque musical.
Un perfume embriagador inundaba el follaje
y las melodías volaban por el aire.
Como un ave en forma de clave de sol
su voz anunciaba:
                       el arrullo de la primavera,
                       la germinación de los nuevos brotes,
                       el renacer de la conquista,
                       la chispa que enardece el silencio.

Ella se sentía extraña y verdadera
ese paisaje era raro, como de fantasía,
acaso un eco de los sueños
en el exótico mundo de las túnicas.

 

Camino por la rambla, abismada en mi hueco, en mi urdimbre.
Juego a vivir el último día del verano a merced del agua encrespada y
rugiente,
el verbo amar se conjuga en orilla de espumas; y la tarde hace equilibrio
en el muelle de maderas podridas: el verano agoniza y le deseo la muerte.

Cantamos a dos voces el mar y yo.

El desafío que en otro tiempo excitaba mis huesos se desvanece a mis pies,
por un desfiladero de toldos volados y residuos de sucia humanidad.
El viento es un sátiro con lágrimas en los ojos: y me busca y me goza.
A mí me atrae burlar al viento: correr por el andén junto a los que no
viajan, aquellos que se despiden de un amor, un capricho, un siempre, un
jamás.

Las gaviotas -damas virtuosas y frías que calculan
la distancia entre el vuelo y el cielo- se confiesan
trémulas ante el dios del abismo. No serán absueltas, deja huellas el
verano:
sal disecada en el oro de los cuerpos y una luz cenital en el alma .
Los sueños recurrentes delatan la pereza de Marzo
en cada postergación del instinto. Memento del ahogado.

Cantamos a dos voces el mar y yo.

Desmaya el alba
                 su telaraña
sobre mi cuerpo.
                 Sólo una luz minúscula,
                 en el apagado
                 temblor de sombras,
          y de ausencias.
Busco entre ellas
un resquicio de esperanzas.
                 Nada, sólo preguntas
                 entre el frío celaje
                 de la piel entretejida.
Las paredes oscuras
se llenan de luz,
                 el alba desperdiga
                 sus transparencias
                 como enredadera tenaz
                 entre los musgos.
Nada. Vacío. Migajas.
                 Todo inútil.
                 Retrocede en silencio
                 el alba.
Aquí,
en mi corazón,
                 cae todo el dolor
                 de la penumbra.

"Los poetas y el supermercado"
Edelveis Raquel Carugatti, de Rafaela, (Santa Fe)

"Sobreviviendo"
Adriana Ester Ferro, de la ciudad de Buenos Aires

"Poema cotidiano"
Gastón Esteban Figueiredo Cabanas, de La Plata, (Bs. As.)

"Pigmalión"
Rubén Darío Quijano, de Caseros, (Bs. As.)

"Oscuridad"
Juan Carlos Rojas, de la ciudad de Buenos Aires