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SOBERANÍA DEL TIEMPO
de María Eugenia Maiztegui |
1
un
sueño tácito y en llamas
demasiados
pretextos en la casa vacía
demasiada
fórmula incierta
demasiados
nombres
en
el jardín alguien llueve
entonces
cada
tormenta desnuda los costados
2
el
cuerpo de un país en fuga
3
presentir
la noche no nos salva
diseñar
umbrales para el pulso
débil
humano
interminable
4
contra
el vidrio
respiramos
otro invierno
marginal
y oscuro
absortos
ante
cada desencuentro
5
un
insomnio de brazos
que
abandonan la evidencia
6
inevitable
desnudez
ahora
llueve adentro de todos los paisajes
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Temblor
de siglos
de Elena Isabel Garritani |
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“Aquí, sólo es cierta esa garganta alta,
como erigida en mi vértigo interior”
R. M. Rilke
I
Tiembla el pensativo azul de los robles,
llueven flores blancas, simples, sobre la tierra seca.
A las puertas del pequeño recinto del sueño libero
la carne
de una excitación obstinada nacida del alcohol y fermentada
en la antigua desolación de Saturno.
No puedo eternizar este momento ni diluirlo en partículas
que lo contengan siempre.
Será efímera la música, las pequeñas
huellas del viento, se borrarán
el crepitar otoñal de las frondas, la balada tardía
del próximo
ocaso.
¿Quién pudiera amar en la nocturna humedad
de las hojas del roble, morir y renacer en el cenit
del oro amanecido de este sueño?
Mi refugio: una antigua pena, volcán de lentas lavas
que laceran la piel de los siglos.
Colma el aire la naciente astucia de los ángeles.
II
Esclava del murmullo de los dioses, alimento de mi voz
de aguas lánguidas, encrespadas por el deseo árido
de arenas y mareas luminosas.
Medito en la pureza con la manzana carcomida del mundo
en mi boca y el diluvio inunda mis entrañas de serpiente
encantada. Elijo, sin dudarlo, la tempestad del rumbo
de lucientes estelas (vestigios del caos). Navego en átomos.
Me disuelvo,
me niegan, reconstruyo la altísima torre de la lengua,
para disgregar en mil voces el silencio de siglos.
III
Necesito una máscara, un jergón, una lámpara,
cultivar anémonas y colgar efigies con rostros de demonios.
Voy por la corriente salada de los peces con redes agujereadas
por la pena
y los naufragios.
Me resisto a poblar de soles la lluvia, de rumores el viento,
de pavor el fuego. Elijo el aire insubstancial, la oscura y antigua
astucia
de los ángeles. Tantas veces como nací he muerto.
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Giragirondo
de Pablo Pérez Quevedo |
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a Oliverio
Tiempo que pasa entretanto,
humo sigue azulando esteros.
Quedamos punto. Coma gris,
clavada como uña, calcárea
quedas en las notas.
Marfil suave, tiritando músicas,
viejas. Una novedosa llama,
que gira, Girondo. Viejo pelmazo
me abrigas el desnudo palabro,
que yergue vanidoso
el hombre de la capa negra.
Olí Oliverio en tus axiomas
refinados. Apócrifo loco
tartamudo de geniales repeticiones.
Aprieto mi mano en tu memoria.
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